14 de octubre de 2012

Hora de la muerte: Las diez y diez.

     Continua la rutina con la ira de un hombre dañado por dentro y dañante por fuera, que alterado por la nimiez más inoportuna, alza, como escape de su furia, el filo de un cuchillo viéndose en su reflejo el rostro de una mujer que tiene apagada el alma. Y todo se tiñe de rojo y es imposible evitarlo, en ese instante Ella muere; A las diez y diez.
   
     Ni si quiera sus ojos tienen ya la capacidad de humedecerse. Ni si quiera siente el dolor. Ni si quiera su estómago tiene fuerzas para rugir. Ni si quiera piensa en cuándo llegará, porque su instinto dice que no lo va a hacer. Ni si quiera su mente ya, sueña con la gota o con la miga. El mundo formado por millones de personas que ni si quiera conoce, han decidido su presente y su futuro, sin sentido y sin justicia. Y en ese momento, en el que, como tantas otras veces, ni el bocado ni el trago han llegado a su boca, Ella muere; A las diez y diez.

     Una bala atraviesa la calle que ha hecho cada día de su vida, de su pueblo y de su hogar. Su gente se ha convertido en "los otros", sus vecinos en enemigos y parte de los que formaban un "nosotros" hace tiempo que son "ellos". La seguridad desapareció, la tranquilidad se rompió... Han nacido banderas y símbolos que separan lo que antes era una unión. Y ve la bala acercarse, de un hombre verde y armado. Y entonces Ella muere. A las diez y diez.
   
     Y la mujer vivió; y el hambriento comió; y la bala falló... Pero a las diez y diez la Esperanza murió. Ella ha muerto y muere tantas veces...